sábado, 1 de diciembre de 2012

Niños hiperactivos


No domino en absoluto este tema, por lo que no voy a hablar de los verdaderos niños hiperactivos, que necesitan de una atención y cuidados especiales.

Sin embargo, sí quiero hablar de los cientos de miles de niños a los que se les pone la etiqueta de hiperactivos cuando en realidad no lo son. Son simplemente niños.

Cuando recuerdo como me criaron a mí y veo como se educa ahora, saltan una enorme cantidad de diferencias. No pienso que lo anterior fuera mejor ni peor, sino simplemente diferente a lo que hay en la actualidad, sencillamente porque el mundo ha cambiado y los valores también. 

Tener hijos no era una elección, sino la consecuencia natural de practicar sexo. No se deseaba ser padre, simplemente tocaba. No venían la cantidad de hijos que uno deseaba sino los que “Dios quería”, que solían ser muchos. Claro, Dios después no tenía que hacerse cargo de ellos.

La consecuencia de ello era que para tener un mínimo de orden en la casa, la disciplina debía ser férrea y se tendiera más al castigo físico que a la educación. Un tortazo, o la simple posibilidad de que te lo dieran, arreglaba problemas en un segundo mientras que  un diálogo hubiese consumido un tiempo precioso para otros menesteres ineludibles (y había muchos que hacer y poca ayuda tecnológica).

Además, con jornadas de trabajo de 12 horas para el padre y eternas para la madre, la atención que se podía prestar a 8 o 10 mocosos era más bien escasa. Esto se suplía con la calle. Desde muy pequeñitos salíamos muchas horas a la calle, solos, para encontrarnos con nuestros iguales y hacer una vida de niños. Las matemáticas, leyes ortográficas y el catecismo no conseguían apagar la llama de la imaginación infantil, que se encendía cada tarde con los amigos del barrio. Nadie esperaba nada de nosotros. Se suponía que nos educábamos nosotros solitos y aprendíamos a relacionarnos de la manera más natural que existe: relacionándose con iguales mediante el juego. Siempre había un adulto que pasaba por la calle que nos recriminaba si hacíamos el gamberro, que por cierto, sucedía con demasiada frecuencia.

Ahora la paternidad es una elección y, como tal, una ilusión. Dios querrá muchos hijos, pero las parejas no. Esto ha hecho que se mitifique la paternidad/maternidad hasta unos extremos a veces irrisorios. Los niños han pasado de ser algo “natural” a ser objetos de deseo, cuando no de culto. Hemos descubierto algo insólito: los niños no son de plastilina, sino que son frágiles y hay que protegerlos. Además, al aumentar el grado de responsabilidad paterna, sentimos que se lo debemos todo y que tenemos que hacer lo mejor para ellos. Hay que hacerlos perfectos. Tienen que ser cultos, tocar el violín, practicar deportes, bailar de maravilla, leer mucho, apuntarlos a todo tipo de actividades. En resumen, tenemos unas expectativas altísimas depositadas en ellos y, de ahí a la exigencia y al atosigamiento, sólo hay un paso. Los padres quieren que el hijo tenga todo lo mejor, pero lo que percibe el hijo es que está averiado y hay que arreglarlo, con toda la carga de stress y ansiedad que ello conlleva. 

Los niños ya no viven, como antes, en su mundo de niños gamberreando solos en la calle. Están siempre en un mundo de adultos, con expectativas de adultos y estímulos de adultos (por mucho que sean actividades pensadas para niños). Y cuando se encorseta a alguien en un mundo en que no puede desarrollarse de manera natural, surgen las angustias, ansiedades y lloros incontrolados. 

Sería muy positivo que se volvieran a recuperar las carreras en la calle, las escaladas a los árboles, las relaciones entre niños solos, sin adultos de por medio. Cuatro piedras que sirvan de postes y un balón de fútbol liberan las tensiones en los niños. Si esto no se hace, las patadas se darán a los muebles de la casa o a los pupitres del colegio y se llegará finalmente a la etiqueta de niño hiperactivo.

Los adultos estamos construyendo un mundo para niños, pero esto no es lo que les hace falta. Son ellos los que se tienen que construir su propio mundo en la calle y con sus iguales.

6 comentarios:

Kaken dijo...

Muy buena la entrada, Juan. Pero disiento en la posibilidad de que los niños puedan hacer vida en la calle como antes.
La calle no es lo que era, al menos en las grandes ciudades. Imagino que en determinados pueblos o urbanizaciones si sería más factible.

Juan dijo...

Si en la calle no puede ser, sí que puede darse más libertad para que estén entre iguales. Además las relaciones con los padres deben, al menos en parte, estar más pensadas para ellos. Muchos más juegos con ellos y menos actividades extraescolares.

Juan dijo...

Y si no pueden estar solos en la calle, algo estamos haciendo mal los adultos.

Lenka dijo...

Qué duda cabe. Hemos hecho un mundo peligroso e inseguro. Entiendo que mucha gente tema dejar a los críos en la calle. Pero hay alternativas. Y sí, hay que permitir a los niños ser niños. Me flipa que se les consienta y malcríe tanto en algunos aspectos y se les encorsete tanto en otros. Creo que los niños tienen que jugar, mancharse, chuparse el zapato, correr, caerse, relacionarse, ser niños. No creo, en cambio, que deban tenerlo todo, ni mandar en la familia, ni molestar a los demás. Es curioso, pero muchos lo entienden al revés. No les dejan mancharse pero si sus monstruitos se dedican a tirarte pan en un restaurante, no hay que enfadarse, porque "son niños". ¿¿??

Las etiquetas, para qué hablar. Siempre será más fácil decir que el niño es hiperactivo que decir que está sin educar. Demasiados niños "hipercativos" conozco que, casualmente, ante la tele se quedan hipnotizados. Eso no es un hiperactivo. El hiperactivo, sin más, no puede parar ni concentrarse en nada, ni si quiera en lo lúdico. Todo lo que no sea eso es un niño, sin más. Más o menos inquieto o, en el peor de los casos, más o menos asilvestrado y consentido.

Juan dijo...

No te puedes imaginar, o sí, sí te puedes imaginar, la enorme cantidad de niños hiperactivos ¡¡¡QUE SE DIAGNOSTICAN¡¡¡, por supuestos profesionales.

En España se calcula que 1 de cada 20 son hiperactivos. Una auténtica barbaridad y una maravillosa noticia para Lilly y sus medicamentos y una excelente oportunidad para los padres de escabullirse de sus responsabilidades.

Los criterios para diagnosticar de déficit de atención son de risa y pensados directamente para poder etiquetar a muchos niños con ese transtorno y, consecuentemente, vender pastillas.

Estamos idiotizando a muchos rebeldes. A este paso nos vamos a quedar sin bravos y los mansos serán los reyes.

Lenka dijo...

Que las farmacéuticas están encantadas, no lo dudo! Y los padres, claro. Ciertos padres. Es de lo más cool que tu niño sea hiperactivo. Sobre todo porque tienes una excusa cojonuda para lavarte las manos. No es cosa tuya, es que el nene viene mal de fábrica. A mí que me registren. No es que lo tenga maleducado, no. Es que él es así.