sábado, 28 de septiembre de 2013

Palabras para una vida 51

Regreso al colegio
El colegio era el mismo, pero yo era distinto. “No vemos las cosas como son, si no como somos”. La selva inhóspita y cruel que dejé en junio se convirtió en septiembre en un lugar agradable, con chicos deseosos de amistad y profesores dispuestos a enseñar. El baloncesto servía para divertirme y no para medirme. Los amigos dejaron de ser aliados en la lucha para ser cómplices de nuestro bienestar. Los enemigos dejaron de ser tales para convertirse en acompañantes, más o menos allegados.

El lugar en el que me sentía encadenado resultó ser un remanso de paz y libertad. Nunca habían habido cadenas, las fabriqué yo mismo. No existieron enemigos, los creé yo.

Había tenido tal sentimiento de culpabilidad que, para no destrozarme por completo, la había proyectado hacia los demás. Los demás eran culpables de todo, hasta de mi propia culpa. Sólo cuando la culpa dejó paso a la responsabilidad comencé a ser y sentirme verdaderamente libre. 

El milagro de María Dolores se cimentó y la alegría me acompañaba allá por donde iba. Siempre me habían tratado de la misma manera que yo trataba, y eso no había cambiado. Antes mis gruñidos eran respondidos con gruñidos, mis quejas con quejas y mi violencia con violencia. Todo seguía exactamente igual y mis sonrisas empezaron a ser respondidas con sonrisas, mi humor con humor y mi respeto con respeto.

A los pocos días de comenzar el curso ya tenía una pandilla para salir los fines de semana. En pocas semanas tenía amigos por todos sitios. Empezamos a ligar y a conocer a chicas, seres absolutamente desconocidos para todos. Incluso se inició algún que otro devaneo, pero nada que ver con lo que sucedió en Mijas. Seguía siendo una sociedad mojigata y puritana y a lo máximo que se llegaba era a coger las manos a la interfecta durante unos segundos. Cualquier otro desaguisado era pecado e incluso no teníamos la seguridad de si un beso en la boca era motivo de embarazo. Sentíamos cosquillas en ciertos sitios, vacíos en otros y taquicardias y disneas múltiples que combatíamos con el deporte, las duchas frías y multitud de manchas en las sábanas. Ni siquiera a los más osados se les ocurría ir más allá de un beso furtivo.

Las primeras pandillas fueron un tanto caóticas, con estructuras inestables y cambios continuos en los miembros. Hoy salías con unos, mañana te ibas con otros a una fiesta y pasado entrenabas con otros. Mientras te gustaba una chica y le cogías la mano, salías con su gente. Cuando te dejaba de gustar o pretendías sin éxito pasar a una segunda fase mucho más procaz (un beso en la mejilla de despedida) volvías a salir con alguien de la clase, a ser posible guapo para poder tener más opciones de ligar.

Poco a poco las cosas se fueron decantando y se formó un grupo de chicos estable, altamente competitivo en labores cazadoras, formado por Justo, guapo donde los haya, Manolo, también muy guapo, Pepe, bajito pero encantador y sobre todo con guitarra y yo, el único feo del grupo. Los cuatro éramos deportistas en una ciudad en que los músculos escaseaban. Los éxitos no tardaron en llegar, pero las chicas que conocíamos no nos terminaban de convencer.

El 20 de noviembre moría Franco, lo que trajo el luto nacional y vacaciones inesperadas. Esa tarde salíamos los cuatro con nuestro eterno afán: conquistar chicas. Vimos seis bellezas sentadas en un kiosco de los jardines de la Victoria. Intercambiamos una mirada y todos estuvimos de acuerdo, excepto Justo: 
  • no, esas no, que las conozco de la parada del autobús. 
  • Pues si son amigas tuyas, preséntalas. 
  • No, jamás he hablado con ellas, pero las conozco y me da vergüenza. 

Pero eran tres contra uno y desplegamos nuestra habitual táctica de ataque: Manolo y Justo, los más guapos, en primera línea de batalla. Pepe, resultón y con guitarra, en segunda línea apoyando a nuestros mejores guerreros. Yo en retaguardia, dejándome ver poco, para no asustar en demasía.

Las seis bellezas se llamaban Mercedes, María José, Maribel, Mari Carmen P, Mari Carmen R y Estrella.


Fue el comienzo de la pandilla por la que transité de la adolescencia a la madurez.